Al finalizar sus estudios, dos emprendedores decidieron montar sus consultas. Ambos tenían una edad parecida y una formación y experiencia también muy similar. Quiero decir, ambos tenían formación universitaria en el campo de la salud y mucha pasión por lo habían estudiado. Tanto, que fueron los dos mejores expedientes de su promoción.
Ambos eran trabajadores y entusiastas, vaya.
Los dos se habían preparado minuciosamente para poder vivir de lo que habían estudiado. Ambos tenían en mente crear su propia consulta al acabar la carrera y vivir de su auténtica pasión. Incluso, tenían un presupuesto parecido. No era alto ni mucho menos, pero suficiente para lo que venía por delante.
Sabían que podían llegar muy lejos con los conocimientos que habían adquirido, no solo en la carrera, sino pasando consulta a conocidos y amigos. Además, habían visto ya muchos casos de gente con menos conocimiento llegar muy lejos. El éxito estaba garantizado.
Hace poco, estos emprendedores sanitarios se encontraron tras 2 años de haber inaugurado sus consultas. Quedaron para comer.
Sus vidas seguían teniendo muchas cosas en común. Ambos tenían una relación estable con la misma pareja desde hacía años y eran felices en su relación. Llevaban ambos una vida dedicada al aprendizaje y sí, ambos seguían al frente de sus consultas. Pero había una diferencia.
A uno de ellos, la consulta le estaba dando un buen sueldo mensual, gestionando cada vez una mayor cartera de pacientes. Pacientes con los que disfrutaba trabajando, que le pagaban sus tarifas más altas que la media sin discutir…, e incluso, había tenido que contratar más profesionales para poder hacer frente a todos los pacientes que acudían a consulta.
El otro, en cambio, apenas cubría gastos. Cada alta nueva le costaba una barbaridad y había tirado los precios. No solo eso, sino que era capaz de bajarlos todavía más si la persona se lo pedía. Le llegaban pocos, muy pocos pacientes, y además, poco comprometidos. Cada paso que daba para intentar crecer era en vano. Para nada.